miércoles, diciembre 08, 2004

Os frangos da praia

Azenhas do Mar es un pueblecito cerca de Lisboa, construído en un acantilado. Sus casitas, blancas, verticales y ordenadas, resplandecen bajo la luz del sol, empapadas por el vapor de agua que se libera cuando las olas rompen contra los escollos, algunos metros más abajo. No tiene calles, sinó escaleras que te llevan de un portal a otro y en cuyas puertas lacadas de azul, suele haber viejecitas arrugadas y vestidas de negro que te observan, turista accidental, como si en vez de en coche hubieras llegado en un platillo volante.

Hay al pie del acantilado un hotel enorme que, no sé si por obra de un demente, por un error de apreciación, o simplemente porque hay veces que las cosas se hacen así y ya está, fue construído demasiado cerca de la orilla del mar y, cuando la marea sube, termina medio sumergido. El hall, el restaurante, la bellísima piscina oval o los despachos del piso bajo resultan ciclicamente invadidos por multidud de criaturas marinas allí donde tan solo veinte minutos antes había gaviotas, lombrices y avispas. Y donde seguramente hace algún tiempo turistas nórdicos color fucsia vagaban, relajando sus cuerpos a merced del viento del Atlántico.

Mientras intentaba hacer una fotografía del curioso lugar, noté a través del visor una pequeña criatura que avanzaba torpemente por la esplanada adyacente a la piscina. Parecía una especie de pingüino pero menos grácil, más rechoncho, y su color era plateado como el de una sardina. Rapidamente, monté el teleobjetivo para poder verlo más de cerca y lo que vi me dejó con la boca abierta: una especie de gallina con escamas y ojos de besugo. Las patas eran parecidas a las de una oca y el pico, como atrofiado, contenía lo que podrían ser dientecitos afilados de barracuda. De repente, la criatura dio un salto con sorprendente agilidad y entró en el agua de la piscina de cabeza, desapareciendo definitivamente de mi vista. Por reacción, hice una fotografía al vacío, casi por instinto, retratando sólo los reflejos que producía el sol en el agua.

Más tarde, alguien del lugar me explicó que, durante las primeras inundaciones del hotel, habían quedado amontonadas un gran número de cajas que contenían pollos congelados en las cámaras frigoríficas. La acción del agua las abrió liberando toda aquella carnaza lista para ser devorada por los peces del lugar. La calidad no debía de ser muy buena porque luego de algunas generaciones los peces empezaron a procrear estas extrañas criaturillas. Me dijo también que yo era una persona muy afortunada ya que era muy difícil observar estos peces-ave debido a su escaso número y a su carácter huidizo. Que casi nadie los habia visto. Le pregunté por el nombre y me dijo que él los llamaba "frangos da praia" lo cual no dejaba de ser gracioso.

Siempre que he contado esta historia ha producido estupor e incredulidad en los diferentes interlocutores, hasta el punto de llevarme a pensar si no será todo una fábula existente sólo en mi imaginación. Los pollos existen, también las sardinas, y también Azenhas do Mar con su hotel medio naufragado; pero estas criaturas plateadas parecen ser fruto de la irrealidad, de la mezcla de algunos conceptos.